Textos dels catàlegs
1981. Ateneu “La Flor de Maig”, Poble Nou. Barcelona
LA MÁSCARA DEL ARTISTA ADOLESCENTE
La obligación de todo joven artista es demostrar lo que sabe hacer e insinuar lo que aún no sabe hacer, pero que algún le dará razón de ser. T.S. Elliot dijo que en toda propuesta artística hay un punto de entronque entre la tradición y la revolución: la tradición que el artista hereda y asimila y la revolución que propone, la violación del lenguaje que ha recibido. Pol Borràs Blancafort es un joven dibujante y pintor de diecinueve años que ha querido empezar demostrando que sabe dibujar e imaginar. Imaginación y dibujo se unen para ofrecernos cosas que nunca hemos visto; he aquí la magia esencial de las artes plásticas. Un buen artista no es el que reproduce la exactitud de la realidad, sino el que se la inventa, y es realidad un paisaje de Corot o cualquier orografía onírica de Tàpies.
En la figura que encabeza estas líneas la serenidad de la máscara envuelve un hormiguero de significaciones. La astucia del artista consiste en reservarse para sí mismo la última lectura. Por el camino, los que contemplamos su obra la leemos según nuestra capacidad o voluntad. Bajo la piel de este rostro las hormigas fieles y feroces se comportan a su aire, en la confianza que la máscara les dona la impunidad. El artista ha levantado una parte del velo y descubre un racimo de pesadillas.
Manuel Vázquez Montalbán
1982. Art Gallery. Studio 2. Barcelona
INVITACIÓN A LA VIDA
Leones con tramas, elefantes con orejas soñadas, dragones dibujados hacia dentro, hasta el infinito. Rocas que os pueden parecer árboles, con el tronco enraizado y las ramas que se extienden como si demandasen piedad. Monstruos que son hombres y mujeres a la vez, agujeros negros que nos transportan al misterio de lo que no sabemos ver y, en medio de todo, una mirada entre estremecida e irónica.
Es la mirada de unos ojos jóvenes que nacieron con el anhelo de mostrarnos la realidad, la realidad que yace soterrada i que expresamente la escondemos día a día porque nos exige demasiadas cosas: entre otras la de tener que vivir en libertad. Así es la mirada de Pol Borràs. Lentamente, nos va mostrando su mundo, el nuestro, con la infinita paciencia de las incluidas dentro de los dragones. Aún era un adolescente cundo se dio cuenta que el arte es una compensación agradecida de lo que no sabemos encontrar en la vida. Pero que todavía es más: es una nueva forma de realidad, una nueva vida. Porqué Pol Borràs siempre es un pintor, no forma parte de esos artistas-funcionarios que se imponen un horario y se reservan los domingos por la tarde para “hacer arte”. No, Pol Borràs dibuja incluso cuando no tiene pincel, el lápiz o la pluma en la mano. Pinta cuando piensa, cuando sueña, cuando ama, cuando tiene miedo. Con la paciencia de los antiguos orfebres, se lo va guardando dentro del subconsciente y, luego, en un acto de amor hacia él mismo y los demás, nos lo desvela, nos lo enseña, nos invita a vivir.
Porque la mirada de Pol Borràs es hacia dentro, hacia aquellas partes oscuras de la mente que tenemos miedo de utilizar. Acaso porque “veríamos demasiado”. Y hace más todavía: se venga del poder de la cibernética mostrándonos cómo la imaginación aún no ha estado esclavizada. Así, nos presenta un rostro de perfil, con un cráneo dominado por las infinitas -¿o finitas?- posibilidades de la cibernética, pero la nariz –que pude husmear- es humana y los labios se abren en un deseo de amar a través de la sensualidad. Como los auténticos artistas, aún no ha sucumbido al espejismo de las computadoras. Pol Borràs sabe que el ser humano continua siendo el objeto fundamental del arte.
Y es así como su mirada no nos hace miedo. A pesar de que nos exprese el terror o la angustia, siempre, al fin y al cabo, hay el horizonte de la esperanza; tanto si es a través del caligrama, que le sirve para expresar un estado de ánimo poético, o a través de retratos, vistos más allá, a partir de pequeños trazos, minúsculos, de un ojo paciente y sabiamente psicológico. Poco a poco va descomponiendo elementos reales para ofrecernos una nueva realidad, surrealista, que surge de sus propias experiencias. Desde el interior, Pol Borràs se defiende de las cargas visuales que durante unos años han llegado a su exhaustividad, tales como el Pop Art, el conceptual i los cómics. Va más allá: a través de su sinceridad, que no tiene por que ser ingenua, busca lo auténtico que todavía reside en la vida.
Por eso Pol Borràs nos muestra la muerte, pero no porque le tengas miedo, sino porqué hace un exorcismo a favor del descubrimiento que, con los años, nos trae la vida. Por todo esto, sospecho que Pol Borràs es de esta clase de artistas que provocará pasiones absolutas y rechazos temerosos. Porque nos transmite toda la fuerza del mundo interior, todo eso que nos negamos ver para continuar sobreviviendo en la mediocridad. La invitación que nos hace Pol Borràs, por lo tanto, es un reto y, como tal, es muy duro: es el reto para vivir como espíritus independientes. Esto, en definitiva, es toda una esperanza. Pero ¿se le perdonarán en un país donde la gente quiere ver solo elefantes sin tramas, o dragones codificados? ¿Dónde la gente admira la cibernética i no quiere saber qué hay detrás de nuestras mentes? El tiempo lo dirá. De momento, me parece apasionante adherirnos al desafío que nos hace Pol Borràs, al desafío de esta nueva mirada que nos invita a vivir.
Montserrat Roig
1983. Galería Collage. Madrid
POL/83
Cremalleras en los ojos y en la lengua. Nos ven con cremallera. Somos, para ellos, inevitablemente, carrozas con trenka, como mucho, qué se le va hacer. Mejor sería quemar la trenka a medias con el trapero y una botella de ron.
Topor, Ops. Más que influencias, una generación. Un nuevo surrealismo donde la crítica va más allá que la paranoia, al revés que en Dalí. Montes de ojos espantados por cuyas bocas entra un túnel ferroviario. El paleto sin rostro con la boina en suspenso. Y las mujeres, ah, ahí sí que nos encontramos. La mujer/cabo de vela de quien Pol dice que su musa está apagada. El sexo sin vello nos descubre muchas tendencias. “La mussa explota”, magnífico medio cuerpo, de cintura para abajo, donde el untillismo/manierismo adquiere la calidad de quien ha mirado mucho a Gris, Mondrian y otros, más la sorpresa cimera del estallido cintural. Mujeres de Pol/83, violentas para el sexo, frustrantes para el exceso. Las amo.
Paisajes melancólicos, de una melancolía crítica y marina que nadie le había dado al paisaje. Aquí está el Mediterráneo, esa Barcelona que para nada es un Titanic hundido, más las notas locales/universales del momento. La mujer, otra vez, la muchacha entre teléfonos y ferrocarriles, rompiendo con sus pechos rompedores la obstinación de las tapias y la perspectiva del futuro sin perspectiva.
El subconsciente, Groucho, el irracionalismo, la muchacha de ojos espantados, boca hermosa y brazo ortopédico para el whisky. Todo el surrealismo y el cómic. Son los naïfs del mal, así como Rousseau y otros ingenuos de vanguardia fueron los naïfs del bien. Los dados y el pozo. O sea, Mallarmé y Borges.
Constantes de una cultura liminar que se han hecho ellos, como Juan Ramón hablaba de que el adolescente se forma mediante los libros que lee a escondidas, “subido en la copa de los árboles”. Hoy ya no necesita subirse a las copas de los árboles. La democracia ha venido, todos sabemos cómo ha sido.
Dawid Bowie. Acabo de verle en Gigoló. Mientras los alemanes, o quienes sea, sigan haciendo el cine tan prodigiosamente bien, son un peligro para Europa. Pol/83 ha conseguido un prodigioso retrato de David Bowie. Luego está la serie de Dragones, miniados como por la prosa de Borges. Dragones visitadores de Tirant lo Blanc y de las extintas bibliotecas de Umberto Eco. Dragones que jamás aprenderán el nombre de la rosa, como malos locutores de televisión.
Pol/83 es un maestro/discípulo. Lo que tiene que aprender es, más o menos, lo que tiene que enseñar.
Francisco Umbral
1986. Sala Boira. Barcelona POL BORRÀS’86
En la ya considerable andadura artística de Pol Borràs, la muestra ’86 que nos presenta supone una verdadero paso de gigante. Hay mucho trabajo puesto en la obra. Hay variedad de técnicas, temática diversa y nueva, sin que se pierda la unidad axial definitoria del artista.
Estamos, pues, ante un pintor cuajado en pena juventud. Acrisolada vocación, un sueño a revelar, la actitud agónica que adopta a fin de hacer visible el sueño en imágenes plásticas. En otras palabras, la dedicación, el trabajo sin límites ni cortapisas pretextuales, lo que en definitiva se autoimpone todo creador. Lo que acabará definiéndolo.
Exposiciones no muy lejanas en el tiempo dan idea cabal de un Pol Borràs dibujante, miniador de obsesiones que llevamos todos en el inconsciente y que solo al artista le es dado descubrirnos en él, ese instante preciso de reflexión que supone el análisis del contenido onírico. Es la época de los elaborados dragones que amenazan desde el relleno visceral de una compleja maquinaria de acero, desde fauces y garras descomunales. Es el momento dels somnis (de los sueños), de las enigmáticas cabezas de cerebro de relojería –esas cabezas, tales caps, bastarían de por sí para identificar al jovencísimo Pol Borràs Blancafort que las alumbró -, es el momento, en fin, del zoo significante de la primera época del artista. A la que sucede, en nuevas exposiciones, otro Pol Borràs bien distinto. La mujer , el paisaje con ribetes de naïf, un retrato de David Bowie calificado por Umbral de fabuloso. Surrealismo renovado con originalidad, simbolismo emparentado con Ops, con Topor: siempre al mundo del subconsciente. Todo ello, técnica y significante, en función el elemento motivador, provocador en ocasiones, siempre definitorio. Son sus trabajos en blanco y negro.
Pol Borràs. ¿Bajo qué nuevo ropaje de intuiciones iba a presentarse en la próxima exposición? ¿Qué sorpresa nos reserva?
Y de repente, el color: acuarelas y óleos. De pronto, técnicas mixtas, la diversidad del soporte, una nueva temática que asombra por su contenido ético.
¿Audacia? Me gana el convencimiento de que se trata de una responsabilidad totalmente asumida por el pintor. Había que dar el paso y Pol Borràs, seguro en el camino a explorar, lo da sin vacilaciones. En cualquier caso, no sobra recordar la conocida frase virgiliana: Fortuna audaces adiuvat.
Mirando las nuevas obras de Borràs, asistimos la pincelada audaz que exige al acuarela para ser auténtica, al delicado acabado de la tinta, presentimos a veces la vacilación, vivimos tensiones de creador auténtico, compartimos el gaudeamus de la fe en uno mismo superadas las crisis de la duda o de la incomprensión. Sabemos que estamos frente al pintor de una pieza.
El Pol Borràs’86 nos ofrece una muestra de acuarelas y de óleos, sobre papel y tela éstos, en un logrado intento de vencer la dificultad del soporte. Técnicamente, sigue siendo el mismo pintor, irredento de sus sueños (Divertimentos del Tríptico, con los dalinianos soles que han habido aceite, Cabeza mecánica III, el mismo Autorretrato, mensajes oníricos del subconsciente, la encarnación plástica de la tremenda verdad shakespeariana según la cual “estamos hechos de la materia de los sueños”. Impresionante es al respecto el óleo sobre tela que lleva por título Después del concierto: una Barcelona nocturna en silueta con las ventanas iluminadas, anclada en el Mediterráneo como si fuera un lujoso paquebote, y en la parte superior –donde anida el sueño-, sobre un teclado manierista, una mujeruca anónima barriendo las notas musicales del último concierto. Es el simbolismo, al que tampoco logra sustraerse el Pol Borràs que nos ocupa.
Sólo tres obras le bastan a Borràs para demostrar, y demostrarse, el dominio que ejerce sobre la trabajosa técnica del óleo sobre papel. Se trata de La chica del bar, Aparición de Anneris y la Psicalipsis de la bombilla. Todas ellas de atrevido, resuelto cromatismo, dentro de la línea simbólica-surrealista, a la que sigue siendo fiel el pintor. ¿O es que podría ignorarse el parentesco temático entre la chica con cabeza de bombilla, o la del bar, con el dibujo a tinta de la muchacha de brazo ortopédico para tomar el vaso de whisky?
Algo más apunta en al pintura de la nueva etapa de Pol Borràs, y algo muy importante. Me refiero a sus series eróticas –las de las acuarelas y otra, en óleo sobre tela -, en las que subyace una estética alumbradora de valores éticos. ¿Acertará von Balthassar en su revolucionaria tesis de una ética a la que se llega por los caminos de la estética? Y ¿no serán los agresivos desnudos que pinta Pol Borràs el elemento estético motivador de una nueva reflexión ética? Yo diría que sí. Ahí están para demostrarlo la Insinuación delta, el Desnudo en la playa, ese extraordinario Desnudo sobre madera –extraordinario por la concepción y la factura -, en el que desaparece el rostro de la mujer –la mirada, esencia del espíritu- para insinuar intenciones, reflexiones de carácter ético.
Pol Borràs’ 86 o la revelación de un pintor que sabe lo que se lleva entre manos. Un pintor que acaba de dar un paso de gigante en su prometedora carrera artística.
Cristóbal Zaragoza
1990. Ars Studio.Vilanova i la Geltrú PAISAJES URBANOS Y DESNUDOS FEMENINOS
Siempre creí que uno de los grandes momentos del arte contemporáneo es aquel en que Salvador Dalí dibuja a lápiz y por partida doble el retrato conjunto de su padre y de su hermana, en 1925.Hasta entonces Salvador Dalí no ha sido sino alguien que en Salvador Dalí trataba de convertirse, mientras torpemente imitaba a Chagall, a Matisse, a Sunyer y, como era inevitable, a Picasso. No obstante, en aquel retrato nace uno de los grandes dibujantes del siglo XX. A mi juicio, sin duda alguna, el de técnica más perfecta y también el más imaginativo.
Un poco para mi asombro, Pol Borràs me dice que renunció al dibujo, salvo por encargo, porque anda demasiado entregado a la pintura. En sus lápices y plumas de los diez últimos años Pol se realizó antes, artísticamente, como dibujante que como pintor. Era y supongo sigue siendo un acabadísimo diseñador, en los márgenes del surrealismo. No obstante el más auténtico Pol Borràs es ahora el pintor y éste vino a encontrarse consigo mismo, entre 1989 y 1900., en los desnudos y paisajes urbanos que hoy aquí se exhiben. Pocos casos conozco, aparte del mismísimo Dalí, en que un artista acierte a manifestarse de forma tan súbita y, al menos para mí, tan magníficamente inesperada. Esta exposición y la última que le vi a Pol Borràs, parecen venidas de dos vidas distintas y separadas por medio universo.
Me ha hablado Pol Borràs de lo mucho que significó para él la antológica de Edvard Munch, en Barcelona y en febrero de 1987. A partir de entonces pero aún al comienzo de una larga evolución, que no acabará de completarse sino en 1990, emprende el pintor el irrevocable camino hacia el centro de su ser. Hablo de un camino remansado en hitos y logros tan personales como Paisatge urbà y Nu blau: dos obras maestras –no me duelen prendas al así expresarlo- de 1990. En cuadros como éstos, se ahonda, ordena y atempera en otras fuentes de inspiración al exasperado expresionismo de Munch, para fundirse en la colmada identidad artística de Pol Borràs. Pienso en las visiones de las terrazas de la desaparecida Riera de Sant Joan, por parte de Picasso de 1904 y pienso en el mudo, desolado patetismo de las mujeres de Nonell. Pero un artista no encuentra ni acuña su verdadero nombre, si carece de lenguaje para expresarse. El léxico técnico de Pol Borràs es tan complejo como inalienable. El rodillo, la paleta y el pincel contribuyen a la creación de estos “entintados”, donde la propia materia, aún al margen de lo figurativo, ofrecería telas abstractas de la mejor ley. Así las cuatro versiones de un mismo desnudo, en el rojo de 1987, el azul de 1988 y el verde o el morado claro de 1989. Así los salmones y los grises del gran Un recolzat. Así la carabela, anclada en una laboriosísima textura de ocres y asalmonados y agrisados contrapuntos, sobre el silencio del agua.
Recuerdo a Pol Borràs, mostrándome la sierra de Collserola desde su estudio, en tanto crestas y laderas repetíanse en los cuadros donde había recogido aquella panorámica. Vuelvo a recordarle en la terraza de mi propia casa, fotografiando fachadas del Eixample. Riendo llamó las fotos que tomaba los primeros apuntes de otras pinturas del porvenir. De nuevo pensé en Paisatge urbà blau y en un jovencísimo Picasso, vecino de rellano entonces de Nonell, trazando los esbozos iniciales de unas telas, que en otra era Pierre Daix diría les bleus de Barcelone. Concluí para mis adentros que aquel, redivivo y remozado en casi noventa años, habría elogiado un cuadro como Paisatge urbà. Tal vez llegase inclusive a envidiarlo, a su retorcido modo y malagueña manera, porque no siendo suyo casi merecería haberlo sido.
Carlos Rojas
1990. Ateneu Barcelonès.Barcelona
PAISAJES URBANOS
La modernidad artística nos ofrece hoy un pluralismo consolidado de actitudes y de hallazgos, como patrimonio histórico y proyección de futuro. El pintor joven tiene en ello muchos puntos de partida, en algo ya existente, para la búsqueda del mundo propio de su aportación personal.
En la obra con la que Pol Borràs nos presenta esta exposición destaca de inmediato el rigor arquitectónico de las formas, la diversidad matérica y las perspectivas insólitas de una realidad próxima, en la que se percibe cierto trasfondo a su sencillez.
Claro está que, como decía Erick Kahler, existen dos tipos de simplicidad: una simplicidad ingenua preconsciente, que no ha tenido contacto con la inmensa complejidad de los fenómenos de la vida, y una simplicidad postconsciente, que es el resultado de una máximo esfuerzo artístico para dominar esta complejidad, y en cuya plasmación todavía percibimos la vibración de esta experiencia y su elaboración.
Pues bien, en ese transfondo, en ese otro lado de la obra de Pol Borràs, está toda una trayectoria, breve en el tiempo pero intensa en su contenido, que nos explica el equilibrio, la precisión y, al mismo tiempo, el misterio de esta pintura joven y madura a la vez.
El “conocimiento oscuro” a través del subconsciente lo ha recorrido el pintor en una etapa de intensa actividad dibujística, con sobrecarga de imágenes, en ensayos múltiples. El posterior encuentro con la obra de Edward Munch es posible que determinara el inicio de la simplicidad postconsciente en la obra de Pol Borràs. Su réplica inicial y sus realizaciones sucesivas lo revelan.
Decía Eugeni d’Ors que sólo una vez –ante la obra El grito del pintor noruego- se le había producido un desarreglo psíquico capaz de alejarle de la serenidad de la contemplación estética. “Esta imagen -afirma- me ha dado miedo. La angustia humana está expresada aquí con una fidelidad, que viene de haberse captado en la misma fuente misma de lo pánico; es decir, de la soledad humana.”
Hoy el pintor joven es consciente de que no hay metas alcanzables ni arquetipos orientativos. La gran herencia de la modernidad ha perdido algunos de sus grandes mitos: el progreso histórico lineal objetivo, la utopía político-social...
La filosofía científica, por otra parte, nos aleja de la autoidolatría del hombre, y del hombre como ser sobrenatural. El fin del conocimiento ya no consiste en descubrir el secreto del mundo, sino en dialogar con el mundo. La idea de una teoría final o perfecta, explicativa de la totalidad de la realidad, tiene tan poco sentido como la idea de un cuadro perfecto o de una sinfonía perfecta.
Los estímulos hoy han de proceder de los nuevos paradigmas derivados de la contradicción, la incertidumbre y el conocimiento inacabable, Cada obra creativa puede ocupar su lugar propio en el enriquecimiento plural del mundo de la cultura. Como Elie Faure afirma, una máscara africana y el techo de la Capilla Sixtina responden a la misma necesidad de exteriorizar las relaciones armónicas entre fenómenos que tienen por escenario el mundo y la persona.
Desde la realidad de su tiempo, con la felizmente abrumadora información de la que hoy se dispone, mirando hacia atrás sin ira y hacia delante con la imprecisa esperanza de saber que “Dios sí que juega a los dados”, Pol Borràs nos ofrece el diálogo de una obra pictórica en la que se sintetizan, con personalidad propia, muchas cosas de tradición y modernidad.
Cesáreo Rodríguez-Aguilera
1992. Ateneu Barcelonès. Barcelona DE LA CIUTAT A LA MAR
Lo evoca una de las más memorables Estances de Carles Riba: “Hem estat com la gent nada a la riba erma/ davant l’innumerable somriure de la mar” (Hemos estado como la gente nacida en la orilla yerma/ delante de la innumerable sonrisa de la mar). A quienes hemos nacido cerca del mar, en vericuetos salvajes, nos hechiza el espejeo innumerable del agua. Los héroes del poema de Riba, llevados por el espejismo fascinante, navegan, se adentran y a la postre se despeñan en una especie de apoteosis aniquiladora y triunfal. Los cuadros de esta muestra de Pol Borràs nos ofrecen otra versión de esta misma clase de peregrinaje: una persecución que traduce en términos plásticos un itinerario moral.
Al principio, aquí y allá, alguna vista urbana que, de tan desnuda, hace pensar en el misterio de las calles, las plazas mudas y las atalayas desoladas de Giorgio de Chirico; pero pronto se establece el imperio crepuscular de los nubarrones encima de las azoteas, igualmente en el mundo secreto e íntimo de los espacios horizontales que explora Modest Urgel. Éste paso es decisivo: dejando atrás la tierra, el pintor se centrará, de los cuatro elementos de la cosmogonía clásica, en el agua, el aire y (mediante los reflejos solares) el fuego, en sintonía con el impulso que lo lleva de la urbe al villorrio costero.
Ahora, ya no veremos una mar fabril y portuaria, sino una mar de pescadores y de corsarios, una mar del mundo cíclico del seiscientos. Pero ningún pintoresquismo, ni un pensamiento de tipismo o de color local: sólo el cielo y el agua y las lentejuelas del anochecer y las tablas de madera en mar, como si oyésemos el chapoteo, y todavía, de repente, en éste ámbito primigenio, entendido sobretodo en tanto que puro volumen, pura forma, pura claridad, pura materia visible que llega a ser pura materia pictórica. Semejantemente, en la forma más augusta que nos sea posible de imaginar, la marina llevó a Turner a rozar la abstracción. Es, por lo tanto, un cometido poético lo que nos es mostrado aquí: deslumbrado por las claridades o bien extático en el rubor del atardecer, el artista redescubre, en la percepción del latido del instante, el lujo secreto de lo tangible y de los poderes de hechicería de la pincelada.
Pere Gimferrer
1993 Galeria Fórum. Girona
EL TIEMPO DETENIDO Y EL MOMENTO
Refiriéndose a la obra de Pol Borràs anterior a la que ahora nos ocupa, Pere Gimferrer evocaba las desoladas vistas urbanas de Giorgio de Chirico. La serie de pinturas que ahora nos ofrece confirma esta observación, no porque haya en ellas algún elemento mimético o servil de la pintura de Chirico, sino porque la obra de ambos parece empeñada en introducir un orden en la confusión, del que a la postre acaba surgiendo otro enigma aún mayor cuanto más íntimo.
Todas las ciudades producen un doble efecto sobre el viajero perspicaz: aquel que proviene de su realidad física e incide sobre los sentidos, y aquel que, precisamente por escapar a la observación, conmueve y trastorna la fantasía. Este último factor es el misterio de las ciudades, lo que esconden las calles que se pierden en la línea del horizonte, las luces tenues de las ventanas, rotas por el paso fugaz de una sombra, los rincones ignotos y fantasmagóricos, el vértigo de su misma extensión, inabarcable. Este es, también, el tema de las pinturas neoyorkinas de Pol Borràs.
En este último tercio de este siglo, Nueva York es etapa obligada de pintores. Pol Borràs no ha eludido el compromiso, pero lo ha afrontado sin caer en los peligros que se ciernen sobre el viajero ansioso: no ha intentado conquistar la ciudad adaptándose a su estilo y plegándose a sus modas, ni ha intentado hacer valer el título de grandeza que confiere el peregrinaje, como el mercader que, habiendo visitado puertos exóticos, exhibe a su regreso productos raros y supuestamente preciosos. El viaje de Pol Borràs ha sido un viaje espiritual: se llevó a Nueva York el bagaje de su propio mundo pictórico y poético y ha incorporado a este mundo una ciudad vista, sentida y reflexionada. En este sentido, el viaje no ha supuesto un giro en su obra, sino un enriquecimiento.
Los paisajes urbanos de Pol Borràs, esquemáticos, deshabitados y melancólicos, tanto los que nos remiten a Nueva York como los que lo hacen a otras urbes, incluida Barcelona, están formados de imágenes concretas y a la vez abstractas: los lugares son reconocibles, los automóviles tienen o parecen tener marca, los relojes señalan la hora en que fueron pintados; pero el paisaje carece de anécdota y aún de personalidad: una calle es cualquier calle, una noche es cualquier noche y todas las noches. Son la calle y la noche que todos recorremos, una y otra vez, a lo largo de nuestras vidas. Son pinturas que hablan de lo cotidiano y lo intemporal, lo trivial y lo insondable, lo perpetuo y lo efímero: el tiempo detenido y el momento. A menudo la lluvia se enseñorea del paisaje alterando la perspectiva, invirtiendo en su reflejo las figuras, creando una realidad paralela y huidiza. La lluvia y el mar son constantes de la obra de Pol Borràs. No es éste lugar para ahondar en la metáfora perpetua del agua.
Toda obra sincera es un recorrido a ciegas, una sucesión de encrucijadas en las que el viajero se detiene, a medio camino entre un punto de partida ya olvidado y una meta que tal vez no exista. Estos breves encuentros con uno mismo con la sombra de uno mismo es lo que nos proponen los paisajes de Pol Borràs.
Eduardo Mendoza
1996.Ateneu Barcelonès. Barcelona
POL BORRÀS Y LA AFIRMACIÓN DE LA IMAGEN
¿Existe, verdaderamente, la realidad? Pol Borràs, joven pintor figurativo que trabaja muy seriamente dentro de su arte, se ha planteado la pregunta y ha encontrado el armazón donde estructurar su personal respuesta. Nos lo comunica con los cuadros de esta exposición y creo que es ésta su actual situación delante del arte: tan real resulta el edificio que se alza en una calle o plaza, como la proyección en el espejo urbano de un charco de agua de lluvia. Y aún es más taxativa su afirmación, porque a mi entender deja establecido que tan fuerte es la imagen, hija de un instante mágico de comprensión del concepto, que desde el preciso momento de su existencia la idea que nace ya no necesita para nada el hecho concreto que la ha originado.
Estoy de acuerdo con lo que nos dice Pol Borràs. Pienso que el joven pintor ha empezado a entender que, pese a los condicionamientos que nunca nos dejan, las personas llegamos a ser nosotras mismas cuando conseguimos dar a los hechos concretos de nuestra vida un sentido general que hace de la materia que somos y que nos encontramos por doquier un motivo de íntima superación.
La abstracción artística resolvió de una vez por todas el grave problema de la figuración que se cerraba en ella misma. Estableció que el pensamiento era superior a la materia y reivindicó la absoluta libertad de crear. Pero a la vez que rompía con toda norma caduca, abría un nuevo campo en el que pronto existirían fórmulas y maneras de hacer que encorsetaban la creatividad de los más jóvenes. De un modo u otro se creó el academicismo de la abstracción, que es tan nocivo como el academicismo de la figuración.
Creo que Pol Borràs, que todavía tiene mucho camino por delante pese a que ha dejado atrás la etapa estrictamente formativa, encontrará en el interior de las imágenes que empieza a reflejar la superación de una realidad estricta que hasta ahora era su principal motivación como pintor. Gaudí y Barcelona –temas centrales de ésta exposición- le ayudarán a avanzar con su permanente ejemplo de creatividad.
Josep M. Cadena
2000. Ateneu Barcelonès.
Barcelona LA PUPILA HERIDA
Creo haber sido uno de los primeros en poner por escrito el gozo ante el descubrimiento del entonces casi adolescente pintor Pol Borràs del que decía: “... el artista ha levantado una parte del velo y descubre un racimo de pesadillas”. Han pasado casi veinte años desde aquella primera aproximación y el que era ya un excelente dibujante, marcado por las poéticas alternativas del cómic, el rock, el cine y, como él mismo confiesa, del sexo y otros estimulantes menos cerebrales, aunque no se sabe exactamente dónde está el cerebro del sexo, ha conseguido ser un pintor instalado en la singularidad. Sostiene Borràs que ha aprendido a pintar a través de experimentar el placer de ser dueño de los materiales pictóricos sobre la tela, como un estratega de colores y texturas, y el Pol Borràs maduro actual comienza por ensuciar la tela con acrílicos empastados mediante rodillos con el que consigue un fondo puntillista multicolor y sobre el fondo, a manera de paisaje neutro de referencias abiertas, pinta el óleo el tema escogido. Liberación de masa pictórica, como pedía Kandinsky y tema, como rechazaban los formalistas. Hoy es posible realizar estos mestizajes porque el ojo se ha educado en toda clase de sincronías y eclecticismos, en busca del canon hegemónico.
De esta manera Pol Borràs construye sobre sus yacimientos arqueológicos anteriores y consigue que lo temático y lo formal adquieran una nueva inocencia. Si a partir del manchismo de Gauguin se ha llegado al ecomanchismo de un Guerrero Medina fundamentado en la percepción deconstruida de la naturaleza magmática, la segmentación del paisaje urbano es un hallazgo de Pol Borràs que puede redescubrir skylines, reflejos formales sobre el geometrismo de un fragmento de acera, redescubrimientos de un edificio como La Pedrera de Gaudí, una eterna montaña mágica para alpinistas de la mirada. La noche complica la soledad, pero la mirada del pintor la somete a un ejercicio de doma emocional, aunque sea una noche de truenos y relámpagos y en las armaduras externas de los edificios gaudinianos se hieren los ojos tiernos del pintor, como si las pupilas los hubieran palpado en busca de su piel exacta en la que caben los arabescos o del cuerpo en escorzo, como si los edificios posaran. Y es que posan.
La actual muestra de Pol Borràs es una importante demostración de posibilidad y voluntad de estilo y si el pintor revela las claves materiales de su estrategia, no por ello resulta menos evidente que ha conseguido ser dueño de su mirada que es final y principio feliz de la evolución de todo artista. Una mirada propensa a las heridas de la realidad, delicada y por eso capaz de detectar ciudades en los charcos y la amenaza de una naturaleza sobre cielos que creíamos diseñados por el señor alcalde, qué señor alcalde no importa. Borràs devuelve los cielos airados a la naturaleza y pone naturaleza en el empedrado que pisa.
El prodigio consiste en que el pintor mira y las manos pintan por su cuenta y el mirón recibe una propuesta de yacimientos acarreados por los ojos, una propuesta de excavación llena de ciudades sumergidas.
M. Vázquez Montalbán
2000 Sala Oganes. Barcelona
A TRAVÉS DEL CUADRO
Diez años atrás, dicen que en otro milenio, Presenté el catálogo de una exposición de Pol Borràs en la Sala Ars Studio de Vilanova i la Geltrú. Temáticamente, dividía sus obras el artista entonces entre paisajes urbanos y desnudos femeninos. Encabezaba el catálogo tres reproducciones de otros tantos óleos: una marina del puerto de Barcelona, una panorámica de terrazas y tejados con la Sagrada Familia al fondo y un prodigioso desnudo, en mitad de la noche azulada y picassiana.
Mientras redacto el catálogo de la nueva exposición de pol Borràs, mediadas muchas otras en los últimos tiempos aquel desnudo pende frente a mí en mi casa. Lo había adquirido antes de la muestra de Vilanova y la Geltrú y nunca dejé de admirarlo. Hoy, en la exposición de la Sala Oganes, el artista ha prescindido de los desnudos. De hecho la figura humana disminuye o desaparece de sus telas. O debemos imaginarla, más reducida si cabe, en los coches que cruzan la noche madrileña, a través de la Plaza de Neptuno o Cánovas del Castillo aunque de Cánovas nadie se acuerde.
Compartiendo la exposición con muchas marinas, vuelven los paisajes urbanos desde renovadas perspectivas visuales y conceptuales. En ocasiones se invierten las fachadas del Passeig de Gràcia y reflejan sus ventanas en plácidos charcos, mientras supone el espectador las calles desiertas después de la lluvia. En otros primeros planos, que yo llamaría absolutos y cinematográficos, Madrid y Barcelona se traducen o transfiguran en unos pasos zebra, que al menos en las pinturas de Pol Borràs nunca pisa nadie.
“Descendí de los cielos para darme el placer de tentar la tierra con la suela de mi zapato” dice riendo el artista. “Acaso para preguntarme si podré pintarla, por debajo de mis pies y camino de su centro”. Pero los cielos reaparecen en las marinas de Sitges o de Tamariu; encima de un paisaje que corona un amplio campo en cuesta; sobre el Passeig Sant Joan de Barcelona en su cruce con la Diagonal; en un amplio atardecer sitgetano, donde por primera vez conjugó el pintor –ciertamente a fe- los tintes del ocaso sobre el Mediterráneo con las luces del Passeig Marítim. Otro cielo se esquematiza en una playa, que lame la arena. Frente al espumaje de las olas rotas, dos diminutas gaviotas conversan en la arena.
Casi se ausenta el cielo majestuoso y providente –en la hipótesis de que la cúspide del firmamento coincida con el paraíso de El Greco y el conde de Orgaz, uno nunca sabe- de los paisajes urbanos, léase madrileños y barceloneses, mientras hombres, mujeres y aun gavinas se empequeñecen o esfuman. El conjunto de telas expuestas obra como un espejo de panoramas o edificios, levantados por Gaudí y otros sabios alarifes. Exactamente igual, como ya vimos, que en algunos se reflejan las hojas en el pavimento encharcado, al término de las lluvias de abril u otoño.
Se ha comparado la pintura de Pol Borràs con la de Edward Hopper. Pienso en el Hopper de Nighhawks, en el Art Institute de Chicago o en el High Noon, en el Daton Art Institute; pero no creo completamente aceptable la analogía. Lo que en Hopper es abandono y vacío, si bien a veces aparecen en sus óleos hombres y mujeres, semejantes a muñecos de cera, en Pol Borràs será soledad y nunca abandono, en un vacío idéntico, esto sí, o muy parecido al del pintor americano de la gran depresión y después. Digamos de los tiempos en que escribía Steinbeck The Grapes of Wrath, Las uvas de la ira, y valga la referencia para orientarnos.
Por más desierto que parezca, el universo del artista que hoy expone en la Sala Oganes brinda un abanico de paisajes, marineros o ciudadanos, a depurada imagen de la soledad humana. Tal sería la mayor ironía de Pol Borràs. O bien, puestos a expresarlos en palabras del pintor: “La humanidad no es ajena a mis calles ni a is playas. Sólo falta que el espectador se imagine que viene a poblarlas”. Así y talmente como el fotógrafo Lewis Carroll, de verdadero nombre Charles Lutwidge Dogson, invitaba a sus clientes a cruzarlos espejos y adentrarse en el reino de las maravillas.
Carlos Rojas
Barcelona 2003. Galería Gonzalo Oliván, Sitges
EL ARTE MÚLTIPLE DE POL BORRÀS
Pol Borràs es un artista de muchos registros. Lo ha demostrado ya a lo largo de veinte años de carrera, y con cada nueva exposición sorprende su capacidad por convertir en un sugerente motivo pictórico, algunos detalles o fragmentos de paisajes, que escapan a nuestra mirada saturada de imágenes. Para él, el mundo que le rodea, es un estimulo permanente, tanto si se encuentra en su ciudad natal, Barcelona, como en la villa marinera de Sitges donde pasa largas temporadas, o bien en una isla caribeña. Quiero decir con esto, que Pol Borràs está siempre atento a lo que le rodea, intuyendo enseguida que lo que tiene ante los ojos, sea un simple pavimento de la calle o el reflejo de un espejo, puede transformarse en un cuadro singular con vida propia.
Viajando por la isla de Cuba, Pol Borràs ha sabido captar una serie de vistas nada inocentes, que centran uno de los cuatro ámbitos de la muestra que ahora se presenta. En estos cuadros el joven artista huye de los tópicos al uso, y llama nuestra atención sobre algunas escenas de la realidad que le impactó. Por poner un ejemplo, podemos ver aquí una calle de Santiago de Cuba transitada por un ciclista solitario, que dobla una esquina bajo la mirada atenta de uno de los inevitables guardias de seguridad, tan presentes en la isla. En este caso Pol Borràs ha conseguido plasmar en su pintura lo que el fotógrafo Henri Cartier-Bresson llamaría el instante decisivo. No queremos decir con ello, que su obra se acerque al fotoperiodismo, sino poner de manifiesto la capacidad del artista para percibir lo esencial de una situación determinada por el azar. De hecho cada uno de sus cuadros es un fragmento del tiempo detenido y las cualidades de su pintura sirven precisamente para materializar ese momento concreto.
Otra característica del quehacer de Pol Borràs, es su habilidad para adaptar su lenguaje al tema elegido previamente. Así, para evocar las fachadas mugrientas y desconchadas de los viejos palacios de La Habana, practica una pintura refinada y llena de matices en la mejor tradición de lo que llamaríamos el realismo mágico. En este sentido resulta muy relevante la serie de los espejos, en los que, mediante tonalidades apagadas y un hábil juego óptico, refleja con maestría la atmósfera decadente del lugar. Pol Borràs recurre a menudo a los efectos de la textura, como por ejemplo, cuando quiere acentuar la oscuridad de la noche, en contraste con las luces de los coches o los rótulos de los bares de una animada calle de La Habana.
Algo diferente se nos antoja la vista luminosa del pueblo de Cojimar donde Ernest Hemingway escribió El viejo y el mar, o los horizontes marinos recreados por su paleta desde la Blanca Subur. Es interesante observar en la serie de marinas, que configuran el segundo conjunto más importante de la exposición, cómo la contemplación del movimiento del agua, acaba configurando una imagen casi abstracta, mediante pinceladas tan sutiles como transparentes.
El estudio de la luz, es otro aspecto que conviene destacar aquí, ya que adquiere en algunos cuadros un protagonismo verdaderamente especial. La luz del alba sobre el Mediterráneo captada con bellos tonos naturales o la luz crepuscular traducida en la tela con colores voluntariamente artificiales, como si el artista quisiera retratar un paisaje imaginario de cualquier galaxia. El artista sabe muy bien trabajar su paleta para sacar provecho de las posibilidades expresivas de cada pincelada.
Pol Borràs demuestra aquí, con todas estas obras, la facilidad con la que puede pasar de un género a otro, cambiar de gama cromática, jugar con la composición, matizar la pincelada para evocar con idéntica soltura el ajetreo de los trenes en la estación de Francia, el ambiente melancólico de una vieja mansión abandonada por sus antiguos moradores, o el reflejo mágico de un charco tras la caída de la lluvia. La pintura es para Pol Borràs un inmenso espejo, en el que refleja sus distintas visiones de la realidad, percibidas a través del filtro de su peculiar sensibilidad.
Marie-Claire Uberquoi
2004. Galeria Arnau, Barcelona
LOS REFLEJOS Y LAS REFLEXIONES DE POL BORRÀS
Coherente en su aspecto formal y técnico, la reciente obra de Pol Borràs nos remite a la idea de un pasaje, un recorrido entre ese aquí o allá reconocible o no. Sus telas nos descubren el vértigo del tránsito en pasos de zebra, en vías de tren, en calles pobladas o desiertas, en perspectivas insospechadas de rincones anodinos y monumentos, o cuando la ciudad, cualquiera que sea ésta, se detiene para que sigamos la huella de sus invisibilidades. Si el juego de tensiones entre presencia y ausencia es condición de la propia invisibilidad, sutilmente el pintor nos invita a esos lugares y a redibujar nuevos mapas a partir del repertorio de nuestra mirada amnésica, distraída, curiosa o incluso afectiva. No en vano Pol Borràs emplea una técnica en que la materia pictórica, los churretones, los rastros de pincel son condición misma de esa invitación. Diálogo ingenioso entre distancias, entre lo lejano y lo cercano: cuestiones de punto de vista.
Se trata de enseñar a ver a partir de una relación de construcción: Pol Borràs conjuga con perspicacia las dimensiones informativa, de conocimiento y de percepción de su obra para hacernos cómplices de su discurso, del paisaje de su propia historia personal. Sin embargo, los itinerarios/criterios por él adoptados no son unívocos o unidireccionales. En el contexto de fronteras indefinidas que es la posmodernidad, las coordenadas que utiliza son lugares de reflexión que permiten la lectura múltiple y fragmentada. Su propuesta exige una atención redoblada ya que la dinámica del reflejo a la que constantemente nos reenvía es ambigua: tal como la cara cambiante de la mar, el perfil oculto de la ciudad en las superficies mojadas después de la lluvia, las luces difusas que trazan límites al anochecer, al anacronismo de ciertos elementos constitutivos de sus imágenes de Cuba o el laberinto metálico del techo de una conocida estación de ferrocarriles de su (nuestra) Barcelona.
Territorio privilegiado de reflexión y realización artística, la obra de Pol Borràs, una vez más, seduce y cutiva nuestra mirada.
Michael Walker. Barcelona
2009 Galería Arnau, Barcelona
RETRATOS DE JAZZ
La presentación de las recientes acuarelas realizadas por Pol Borràs no es difícil para quien está familiarizado con la trayectoria de este inquieto y talentoso artista. Lejos de ser un gesto arbitrario o improvisado, este ejercicio encuentra su razón de ser en las propias dinámicas internas de su obra y en las evidentes y sucesivas ampliaciones de su campo de posibilidades.
Las lógicas y los nexos de estos sesenta Retratos de Jazz son indisociables del recorrido del artista, que ha tratado siempre de adecuar medios y soluciones a las ideas que procura materializar en cada una de sus obras - muchas veces recuperando repertorios de referencias variadas, como ahora lo es el Jazz.
El reconocimiento de la singularidad y del interés de este corpus de obras es manifiesto en su plasticidad y en su capacidad de interpelación (en perfecta sintonía y sincronía con el tema) y no sólo ocurre al nivel de una relectura, fácilmente verificable, de referencias y significados. Si el Jazz es una música que contagia y se deja contagiar - y sigue provocando, intensificando, incorporando, transformando e inspirando nuevas experiencias sean éstas musicales o no - Pol Borràs no es inmune a ello y nos ofrece una experiencia estética de lo más gratificante.
De forma sugerente, el artista se apropia y plasma el espíritu del Jazz al retratar sus propios íconos. Y en este sentido no es inocente la elección de la acuarela y su potencial expresivo como uno de los hilos conductores de estas obras, especialmente en lo que respecta a la calidad de las texturas. El artista suma al factor azar y a la improvisación, las variaciones rítmicas de la pincelada, la densidad de la tinta o la distribución irregular de los cristales de sal que absorben el pigmento, para ofrecernos imágenes tan reveladoras como la música que las inspira.
Michael Walker, Lisboa
2009 Doctor en Bellas Artes 2012 Galeria Arnau, Barcelona
ASFALTO Y AGUA
Asfalto, baldosas, patios de luces, un andén de metro, olas, una barbería, una ventana… ¿Por qué un pintor retrataría cosas tan humildes, tan banales? He aquí lo primero que nos intriga en la pintura de Pol Borràs… hasta que reparamos en que nos está haciendo mirar dos veces, precisamente, aquello en lo que nunca nos fijamos. Proust compara el efecto del arte con el de un oculista que nos pone unas gafas nuevas y nos dice: "Et maintenant, regardez!", "ahora , ¡mire!", y descubrimos, con sorpresa, cuántas nuevas facetas, qué detalles y colores insospechados, nos ofrece lo que antes eran vagas formas, que la costumbre hacía inofensivas y poco menos que invisibles. Es lo que la crítica literaria llama "desfamiliarización": tomar cualquier objeto o paisaje familiar y despojarlo de su familiaridad, presentárnoslo como extraño. Si me perdonan otra referencia literaria más, recordaré un pasaje del diario de André Gide en el que éste anota que ha hecho un trayecto en autobús, en París, y ha visto por la ventanilla del vehículo un bellísimo crepúsculo… Pues bien -añade, perplejo-, nadie más lo miraba. Esos mismos ciudadanos que habrían recorrido cientos o miles de kilómetros para contemplar paisajes famosos, no se fijan en una maravilla que está a su alcance, que podrían ver sólo con levantar la vista. Yo misma pensaba casi avergonzada, mirando las baldosas de un cuadro de Pol Borràs: ¡cuántas veces he pisado baldosas como esta!, pero sólo ahora las miro de verdad y me emocionan.
En otros cuadros -los que más me gustan-, Pol Borràs añade un segundo nivel, otra vuelta de tuerca en el proceso de representación. Consiste en introducir, en esa imagen prosaica y cotidiana, otra imagen, un reflejo, una sombra… El signo de una presencia tan real como la primera -como las baldosas, el asfalto, la pared, el alcorque-, pero intangible. Y es por eso, inquietante. Ese edificio captado por el charco como por un espejo roto… ese personaje del que sólo vemos la silueta, la mano con una cámara… esas dos sombras que cruzan una calle… remiten a una realidad, sin duda, pero en ellos late la extrañeza, la melancolía, la exaltación lírica, de los recuerdos y los sueños. Y nos hace, también, sospechar de ese otro elemento que nos había parecido sólido. ¿Y si, a fin de cuentas, nada fuera real, nada fuera inocente? ¿Y si todo fuera un reflejo, inevitablemente distorsionado, de una realidad última que nunca podremos conocer directamente...?
Entonces nos fijamos mejor, y percibimos aún más dudas, más sugerencias, más contradicciones. ¿Son, como por un momento nos lo parecen, letras y símbolos lo que se oculta en las líneas del agua, o es una fantasía nuestra? ¿Es el mar lo que vemos, o son sólo azules, verdes, blancos. líneas sinuosas, claridades; son paredes y suelos, luces de faros, brillos de lluvia en el asfalto, o es pura geometría?… Una vez más, otra realidad -un mundo de puras formas y colores, de belleza sin adherencias humanas- intenta abrirse paso en la realidad que conocemos, o creemos conocer. Cómo luchan, pero se armonizan también, en la pintura de Pol Borràs, lo universal y desencarnado con lo singular y concreto. Y también lo prosaico y lo poético, la serenidad y la melancolía, el disfrute de la belleza terrenal -el mar, un café, una pared encalada aL sol…- y la nostalgia de otro mundo aureolado por el resplandor de lo irreal… En la pintura de Pol Borràs, el más sencillo pavimento, la vista más cotidiana sobre el mar, la calle más insulsa, parecen murmurarnos los versos de Pessoa: "No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada… Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo."
Laura Freixas, febrero 2012
2014 La Fabriqueta, Caldes d'Estrac
POL BORRÀS
Soy hija de pintor y tengo las paredes de mi casa llenas de cuadros. Pero entre todos hay uno que siempre llama la atención: es una casa de color sepia contra un cielo oscuro, con las antenas de televisión enhiestas como veletas. Es una obra juvenil de Pol Borràs, y en ella ya salen todas las pautas pictóricas que definen sus cuadros. Con esa maldita manía de poner etiquetas, podríamos decir que su pintura es realista porque refleja nuestro entorno, pero lo cierto es que el mundo que nos circunda es otro. Porque Pol se pone delante de la tela y ya nada vuelve a ser lo mismo. Esta esquina de Caldetes, las sombras de las paredes, los reflejos de la luz en el pavimento, estos retazos de cotidianeidad, los detalles banales cuya belleza nos desvela Pol, la intimidad de una cortina sobre una ventana, no son el paisaje que vemos, sino el que percibimos a través de su mano poderosa, en esa pincelada rotunda pero delicada. Si miras sus cuadros de cerca se puede ver la mancha, los reguerones casi obscenos de pintura y de aguarrás, si te alejas la imagen adquiere visos fotográficos. Porque Pol es hijo de Rafael Borràs e Isabel Blancafort, es cierto, pero también viene del impresionismo, del cine, de la música, de los estímulos modernos que dan nervio a cada trazo y crean esa atmósfera a la vez elegante y descarnada, contemporánea y personal en suma. La madurez artística se ha asentado en su alma pero no ha perdido la pasión que constituye el magma que nos atrae y nos perturba. Gracias a Pol Borràs, el mundo se convierte en un lugar transformado por la sensibilidad e inteligencia que ha construido su técnica y la misteriosa fuerza que la habita.
Pilar Eyre. Junio 2014
2014 Galeria Iturria, Cadaqués
POL BORRÀS, OTRO PAISAJE
Tenemos ante nosotros un artista figurativo que en realidad no lo es. Utiliza la figuración para crear ordenaciones de luces y sombras, de brillos y mates, de líneas y planos que convierten la superficie de las telas en espacios casi líquidos, donde aparecen reflejos de la realidad en estanques tranquilos, o en charcos sin pisadas, no por menos profundo menos inquietantes. En su obra observamos como, la mirada vertical sobre nuestros pies no presenta deformación en la geometría, el cuadrado es cuadrado, pero al avanzar y aumentar el recorrido con la vista, la perspectiva se anima en la distancia, con una ecuación que parece crecer del cero al infinito. La importancia visual y viva del suelo se realza con la aparición de la parte baja de los objetos, patas de sillas, pies, alcorques, acentuando ese mundo, próximo y lejano, que no levanta un palmo del suelo. El agua, reflejos o vapor, añade la presencia de vida a un paisaje vacío, como la huella de una respiración, el empañado de un espejo, o la sombra que ha perdido su naturaleza, móvil y fugaz para concentrarse en una propiedad real y estática de la materia. Se da importancia al no–espacio, a la mágica realidad del espejo, a algo más allá de lo factual y diario, al reino de la pura fantasía, a ese lugar que tantas veces pisamos sin advertirlo porque nos falta la inocencia de Alicia para penetrar en el. Este mundo que puede parecer dominado por los grises brumosos de un sueño, se ve invadido por sutiles gamas entonadas en ricos matices que hacen volar la imaginación desde los ocres de una vieja fotografía hasta las luces transparentes de la reproducción de un móvil. Sus luces y reflejos gustan de atardeceres y nocturnidades en los que la fría y dura aportación de unas lámparas eléctricas encendidas nos descubren una insólita presencia humana en medio del más absoluto silencio visual. Pol Borras es el poeta de una soledad conquistada, donde la oscuridad no aterroriza, donde las sombras son amigos y donde la luz brilla siempre.
Mercedes Molleda, mayo 2015
2015 La Fabriqueta, Caldes d'Estrac
POL BORRÀS: UNA PLASTICA TRANSFRONTERERA ENTRE MIRADA, CONCEPTE I TACTE
Primer fou la mirada, després trobar el procediment per a fer-la golosament tàctil per a gairebé exigir-ne que arribéssim a topar-hi. Al final, quelcom de molt senzill, una pintura. Aquesta és la realitat de Pol Borràs: una persona que va pel món i que en mirar, veu algunes coses que no només voldria retenir, guardar-les per a casa i per sempre, per a mirar-les quan plagui i, ensems, mostrar als amics perquè vegin què és el que jo – en Pol Borràs – veig mentre camino, com tothom, cert, però amb una mica més d’atenció i amb l’afany de retenir i guardar, objectivat en obres d’art.
Crec que amb aquestes paraules podríem acabar per donades totes les explicacions exigides per les obres que crea Pol Borràs. Li agrada que el sorprenguin, tot anant pel món, els bassals, bassiots i tolls que produeix la pluja o les escorrialles de les aigües que s’escapen d’aixetes i fonts. No cerca les paoroses tempestats, prefereix els humils bassots de qualsevol voravia o camí ral ciutadà. Deu ser per allò de xarbotejar peus nus, però sobretot amb sabates noves, xarboteig que els pares ens tenien prohibit, però que convertits en imatge, en reflex plàstic creat exprés per Pol Borràs esdevé el plaer visual i tàctil més gran de la vida. Després de les pedres, ben cert, que també li agrada captar-les deformades per les aigües tranquil·les o per les remogudes. La qüestió que experts o ignorants plantegen a Pol Borràs és si – davant la ventada plàstica que vivim – és un artista figuratiu o bé s’esmuny per altres viaranys: surrealisme, geomètric, màgic?. Pol Borràs respon ben clarament que no és ni realista ni abstracte sinó, només subjectiu: atrapa del que veu el que li agrada, ho tracta i composa fins que esdevé el que volia veure davant seu. Tots els mitjans i procediments li són vàlids: colors, dibuix, ombres, matèries, collage. El que importa és atrapar la realitat sensible que ell, Pol Borràs, vol obtenir. Aquest exercici esforçat l’ha practicat, pel que recorda, des de petit quan jugava, d’antuvi, amb els color i, després quan, amb colors, s’ha dedicat a construir segons i amb el que li ofereixen. Tot plegat perquè, comptat i debatut, Pol Borràs s’ha adonat que el que en diuen estils o maneres de veure propis de cada època o de cada sensibilitat, en realitat són imatges reflectides diferents d’una mateixa cosa o circumstància. El que passa és que només cal estar preparat per veure-les i retenir l’impacte visual i reproduir-lo. Tor rau en conviccions i capacitat pròpies.
Arnau Puig, agost 2015